La Fiesta de los Zaragozas: donde la fe y la locura se dan la mano

Cada 28 de diciembre, mientras la Iglesia conmemora el Día de los Santos Inocentes, Sanare se convierte en un carnaval sagrado.
Lo que en otras regiones se conoce como “locos” o “locainas”, aquí tomó forma propia: Los Zaragozas, una explosión de máscaras, rezos, bailes y símbolos que se entrelazan entre lo cristiano y lo pagano, lo solemne y lo irreverente.
Ese día, desde la madrugada, la casa de la Capitana María Valeria de González se convierte en el epicentro espiritual del pueblo. Allí llegan los disfrazados, los músicos, los promeseros. Se brinda café, se arma un altar en su patio y se entonan cantos como La Salve, mientras el humo del incienso sube como plegaria al cielo.
He visto con mis propios ojos cómo más de 7.000 personas llegan a disfrazarse y a formar parte del ritual.
Es algo monumental.
Desde allí, la comitiva parte hacia las iglesias. Primero la de San Isidro, luego la de Nuestra Señora de Santa Ana.
Pero esto no es un desfile cualquiera. Aquí marchan los creyentes, seguidos de enmascarados que, al llegar ante el altar, se quitan la careta como señal de respeto, mientras se reza por los niños enfermos, por las promesas cumplidas, por la memoria de los inocentes del Evangelio.
Lo impactante es ese contraste:
Por un lado, la misa, la oración, la pintura que muestra la matanza de Herodes.
Por el otro, las parrandas, los disfraces, los bailes, los cantos subidos de tono, los hombres vestidos de mujeres, las máscaras grotescas.
En Sanare, todo eso convive en armonía, sin pedir permiso.
Y luego ocurre lo más hermoso: los promeseros cargan en brazos a los niños a quienes los Santos Inocentes “han sanado”.
Es un acto profundamente humano y conmovedor.
Madres que lloran, músicos que siguen tocando, creyentes que agradecen, y un pueblo entero que celebra… a su manera.
Ya al final de la jornada, cuando el cansancio se nota en los pies y en los disfraces sudados, los Zaragozas vuelven a la casa de la Capitana María, donde todo empezó.
Allí ocurre El Encierro.
Las últimas oraciones, las últimas notas de tambor.
Y el silencio que, poco a poco, vuelve a apoderarse de las calles de Sanare.
Lo que viví ese día no fue solo una fiesta.
Fue una revelación cultural, un espejo donde Venezuela se ve a sí misma:
mestiza, intensa, devota, alegre, contradictoria y profundamente viva.
Si alguna vez quieres ver el alma de un pueblo expresarse sin filtros, ve a Sanare el 28 de diciembre.
Y prepárate para sentirlo en los huesos.
Opiniones de nuestros visitantes