El Trapiche: donde el papelón se hace con alma y fuerza campesina

Y si hay una experiencia que me marcó en esta tierra andina, fue visitar uno de estos espacios donde la caña de azúcar se convierte en panela… y la rutina en asombro.
San Juan de Lagunillas y sus alrededores conservan una de las tradiciones más auténticas de la vida rural: el cultivo de caña y la producción artesanal de papelón —como también se le conoce a la panela— en trapiches que parecen sacados de otro tiempo.
Visitar uno de ellos es más que una parada turística:
es un acto de conexión con la esencia de nuestros pueblos.
Recuerdo claramente mi primer recorrido hacia uno de estos trapiches.
El camino, rodeado de veredas y montañas verdes, ya era una experiencia en sí misma.
El aire olía distinto. A limpio. A dulce. A historia. A tierra.
Y apenas llegamos, fuimos recibidos por ese aroma embriagador del jugo de caña recién cocido, que flota en el ambiente como una bienvenida ancestral.
Ver trabajar a los campesinos es algo que conmueve.
No solo por el esfuerzo físico que implica esta labor, sino por la pasión con la que lo hacen.
Hay una energía en ese proceso que te deja sin palabras:
• Cortar la caña
• Molerla
• Hervirla
• Removerla con palas gigantescas
• Y ver cómo ese líquido espeso se transforma en bloques dorados de papelón
Es fuerza, sí.
Pero también es orgullo, tradición y familia.
Y como buen viajero curioso, no podía irme sin llevarme algunos trozos de panela.
No exagero cuando digo que jamás he probado una igual.
Su sabor es intenso, profundo, natural… como si la montaña te hablara a través del paladar.
Si estás armando tu ruta por el sur de Mérida, incluye un trapiche en tu itinerario:
• Camina sus veredas
• Saluda a sus campesinos
• Huele su fuego
• Siente su calor
• Y deja que el espíritu de la tierra te abrace a través de un trozo de papelón
Porque en San Juan de Lagunillas,
cada panela no solo endulza:
también cuenta una historia.
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